La votación, que comenzó
con una discusión tensa, accidentada, con interrupciones nerviosas, gritos,
empujones e, incluso, cánticos un tanto ridículos a veces, arrancó a la hora:
las dos de la tarde. Fue presidida por el polémico Eduardo
Cunha, el diputado evangélico enemigo de Rousseff acusado por la Fiscalía
de regentar millonarias cuentas en Suiza alimentadas por sobornos de Petrobras;
todo un síntoma de la estatura moral de buena parte del Congreso brasileño.
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